martes, 26 de julio de 2011

4320.- MARÍA GRAZIA CALANDRONE



Maria Grazia Calandrone
(Milán, 1964)
Dentro de la nueva generación de poetisas italianas, Maria Grazia Calandrone representa de alguna manera la última en llegar (su turno, dentro de los Quaderni di poesia contemporanea, llega con el Nono, del 2007): aunque por edad venga “antes, y de lejos”. Precisamente este mero dato exterior, quizás, ha contribuido a la violencia de su aparición (con las recopilaciones La scimmia randagia, Come per mezzo di una briglia ardente y La macchina responsabile, publicadas en rápida sucesión entre 2003 y 2007): cuyo único término de comparación, en los años inmediatamente anteriores, se puede apuntar justamente a Elisa Biagini. Pero respecto a la voz cortante de la joven florentina la de Maria Grazia se puede situar legítimamente en las antípodas (confirmando, incidentemente, la riqueza de tonos y temperamentos de la “koiné” que, además, se va dibujando en este contexto): si la palabra de Biagini excava por repentinos y micro-extendidos sondeos, ahusándose en una sequedad persecutoria y obsesiva, la de Calandrone extiende sus posibilidades, incluso prosódicas (es el suyo, junto al de Vincenzo Ostuni, el verso más largo de nuestra última generación de poetas), hasta un tono de declamación vehemente –casi tonante en el zarzal ardiente. Pero si estas connotaciones pertenecen generalmente a temperamentos valerosamente retóricos, y a comportamientos variadamente grandilocuentes, nada de todo esto se encuentra en la poesía, al contrario, minuciosamente reticente, de Calandrone. La cual de hecho emplea provechosamente, además, la lección de los poetas más oscuramente “analógicos” de la generación anterior (De Angelis y Anedda por encima de otros). El resultado es una “mélange” rica y extraña: de poder, a veces, no menos que formidable.


Ultima, l’orma

E viene il giorno che lui appare
e non sai come accarezzargli il viso
perché è carne da sogno.
Diceva il mondo ti trasforma in una cosa morta
diceva questo delle cose del mondo
diceva sdraiati
accanto a me nel solco delle ruspe, adesso io posso
accarezzarti il viso
tra questi cardi senza peso oltre la prima ansa del torrente
– vieni diceva, devi farlo
adesso. Così egli accolse la sua madre in cielo
la spinosa piumata
con un cuore di acacia
che lo mutava in una cosa morta. Lui
non può stare vivo e non puoi farlo
morire se non di questo disgraziato amore, perché tu porti
le conseguenze di quel che hai incominciato
dove il caldo del corpo fa quelle vasche di consolazione e nei travasi
il suo vivere è stato suscitato
trasparente e molteplice come un cristallo di sale: tu devi farlo
evaporare adesso
su una strada in salita tra i cedri
perché sia quella riva invisibile che hai guardato bruciare
– flamma nominis – nella dolcezza della combustione
un giorno – allontanarsi
lasciando l’orma del costato nel fango
e l’impronta del piede sinistro
nella roccia come ultima traccia sulla terra così che si giustifichi
il mio sangue con l’eco di una stella morta
un ardore di scimmia che l’occhio non vede.

Vox Domini super aquas come una cosa flagellata e santa
su le cupole d’oro di una città in attesa dove splende
la luce del sabato
ma cisterne sepolte come campane e derive di bozzoli funerari o Maria
egizia – flamma
nominis – o
creatura dell’aria
con spighe rovesciate come lame a protezione del cuore
mostrati solo
illuminata dal sole
come per benevolenza, mostrati come ferro sulla pietra
e sepolta sotto i blocchi della basilica con acqua
che si dissolve sulle cupole per le arti statiche mentre lasci
che attraverso te passi
la chimera dagli occhi trasparenti che qui dicono amore et
annulli me, questo beato niente.



Última, la huella

Y viene el día en que él aparece
y no sabes cómo acariciarle el rostro
porque es carne de sueño.
Decía el mundo te transforma en una cosa muerta
decía esto de las cosas del mundo
decía túmbate
junto a mí en el surco de las excavadoras, ahora yo puedo
acariciarte el rostro
entre estos cardos sin peso más allá del primer meandro
del torrente – ven decía, tienes que hacerlo
ahora. Así él acogió a su madre en el cielo
la espinosa plumada
con un corazón de acacia
que lo mutaba en una cosa muerta. Él
no puede estar vivo y no puedes hacerlo
morir si no por este desgraciado amor, porque tú llevas
las consecuencias de lo que has empezado
donde el calor del cuerpo forma las bañeras de consuelo
y en los trasvases su vivir ha sido suscitado
transparente y múltiple como un cristal de sal: tú tienes que hacerlo
evaporar ahora
por una calle empinada entre los cedros
para que sea esa orilla invisible que has observado quemarse
– flamma nominis – en la dulzura de la combustión
un día – alejarse
dejando la huella del costado en el fango
y la impronta del pie izquierdo
en la roca como última traza sobre la tierra de manera que justifique
mi sangre con el eco de una estrella muerta
un ardor de mono que el ojo no ve.

Vox Domini super aquas como una cosa flagelada y santa
sobre las cúpulas de oro de una ciudad a la espera donde resplandece
la luz del sábado
pero cisternas sepultadas como campanas y derivas de
conchas funerarias o María egipcia – flamma
nominis – o
criatura del aire
con espigas volcadas como lamas de protección del corazón
muéstrate sólo
iluminada por el sol
como por benevolencia, muéstrate como hierro sobre la piedra
y sepultada bajo los bloques de la basílica con agua
que se disuelve sobre las cúpulas para las artes estáticas mientras dejas
que a través de ti pase
la quimera de ojos transparentes que aquí llaman amor y
me anule, este dichoso nada.



L’altare della specie

Era facile amarla ma era destinata
ad andarsene frettolosamente e insieme ad aderire
a certi preparativi che gli indizi rivelano
meticolosi. Di pomeriggio si prendeva cura del giardino
in silenzio. Non capivamo quello che pensasse, era
tranquilla. Oppure
trafficava su un notes. Tutte le notti – rivestitosi
l’ultimo cliente – comprava un dolce per la colazione della madre.

Nell’acqua viaggiano i rifiuti e vengono
trattenuti a intervalli regolari dalla grata sepolta
nel buio e nel silenzio che si formano molti metri sotto
l’aspetto superficialmente aereo dell’acqua
che dipende dall’attardarsi del sole alla sommità come una lacca
democratica, un getto straripante di ottimismo
anche nelle orticaie disossate dall’urto delle fabbriche.
Si chiama strada del canapificio e porta
in una mescolanza di fanghiglia e zolla
resistente all’imprimersi del cascame animale alla centrale
idroelettrica – è un sentimento interrotto,
una deriva dei continenti e dei relativi
disastri sommersi
nell’isola del corpo che finisce
alla porta del grande casamento: c’è soltanto un custode
e controlla
l’andirivieni tra le due parti d’acqua e fiamma
serpentina o forse trasmigrazione.

La trovammo in uno strano abbandono
come se tutti scissi i legamenti:
quasi niente dell’acqua del canale
nessun cattivo pensiero
nessuna ironia
non una goccia d’acqua nei polmoni, neppure
diatomee –il corpo sostenuto da una luce critica
oltre il proprio abbandono– pulsava al sole come
in preda a un’estasi.



El altar de la especie

Era fácil amarla pero estaba destinada
a irse presurosamente y también a sumarse
a ciertos preparativos que los indicios consideran
meticulosos. Por la tarde cuidaba el jardín
en silencio. No entendíamos lo que pensaba, estaba
tranquila. O bien
hurgaba en un bloc de notas. Todas las noches
–ya que se había vestido el último cliente– compraba
un dulce para el desayuno de la madre.

Por el agua viajan los desperdicios y son
retenidos a intervalos regulares por la rejilla enterrada
en la oscuridad y en el silencio que se crean a muchos metros bajo
el aspecto superficialmente aéreo del agua
que depende de la demora del sol en el ápice como una laca
democrática, un chorro desbordante de optimismo
también en las urticarias deshuesadas por el golpe de las fábricas.
Se llama calle de la fábrica de cáñamo y lleva,
en una mezcla de cieno y terrón
resistente al imprimirse del deshecho animal a la central
hidroeléctrica – es un sentimiento interrumpido,
una deriva de los continentes y de
los correspondientes desastres sumergidos
en la isla del cuerpo que termina
en la puerta del gran casamiento: hay sólo un guarda y controla
el va y viene entre las dos partes de agua y llama serpentina
o quizás transmigración.
La encontramos en un extraño abandono
como si escindidas todas las ligaduras:
casi nada del agua del canal
ningún mal pensamiento
ninguna ironía
ni una gota de agua en los pulmones, ni siquiera
diatomeas –el cuerpo sostenido por una luz crítica
más allá del propio abandono– palpitaba al sol
como presa de un éxtasis.


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